Andrés lanzó dos impactos al
aire, en direcciones opuestas, un-dos, y bostezó. Le gustaba despertar con la
algarabía de los gorriones que, por fortuna, habían anidado justo encima de la
ventana de su cuarto y se levantó con un ánimo casi, casi inmejorable.
Lentamente, con los pasos suaves y ligeros que los setenta años le habían
colocado, llegó hasta la cocina y recibió la taza del eterno café oscuro,
caliente y dulzón que le sirvió Mercedes, su mujer de toda la vida. Después de
beber a pequeños sorbos su negro café, salió al corral donde el sol era todavía
una promesa. Se acercó hasta el grifo del lavadero y al principio no advirtió
la terrible ausencia, pero, cuando terminó de lavarse la cara, se volvió
rápidamente, con el giro de sus mejores años de mozo, pues sabía que faltaba
algo en el ritual inviolable de cada amanecer. Buscó con los ojos y, ya
desesperado, Andrés gritó: “Merceditas, Merceditas, los faisanes”, y empezó a
arrastrar por el corral una pena sin nombre. Le parecía imposible que alguien,
cualquiera, le hubiese llevado aquella pareja de faisanes que, durante todo un
año, había criado y alimentado con inmenso celo, como hijos, aquellos animales
que rotundamente se había negado a sacrificar la última Navidad. Enloquecido, el
anciano salió a la calle y comenzó la investigación que, 12 horas después, lo
conduciría hasta el ladrón de sus queridos faisanes, el estupefacto adversario
con quien Andrés “Palancas” celebraría
su última pelea. Aquella tarde la silla de Andrés quedó vacía. Ante la sorpresa
de los otros viejos jugadores de dominó, el fiel Andrés faltaba, por primera
vez en once años, a las partidas que cada tarde después de comer, incluidos
domingos y fiestas de guardar celebraban en el bar del pueblo. Ninguno de ellos
sabía que aquel antiguo luchador se iniciaba, aquel día, como detective
privado. Toda la mañana y parte de la tarde estuvo recorriendo el pueblo,
indagando por el paradero de aquella
pareja de faisanes que parecían tragados por la tierra. Cuando empezaba a caer
la tarde, ya fatigado y sin esperanzas, el viejo “Palancas” llegó a casa de su
sobrina Albina y le pidió un vaso de agua fresca. Al verle el aspecto Albina le
preguntó qué le había pasado y él le relató su desgracia. En ese momento, el
corazón de Albina estuvo a punto de pararse. Pero rápidamente, como ocurre en
las malas noticias, le contó a su tío
que Goyo, el de la calle Mentidero, le había ofrecido unos faisanes “que había
traído del plantío”. Andrés no pudo escuchar el precio que le había puesto a
sus queridas aves, pues ya había doblado la esquina. Con la seguridad de Philip
Marlowe, Andrés entro directo al patio de la casa de Goyo, allí buscó con la
vista hasta hallar el bidón de basura y lo destapó; en el fondo del recipiente
descansaba el plumaje de sus aves. El resto fue fácil. “Palancas” entró en la
casa llamando a Goyo. El hombre que dormía para reponerse de la mala noche, le
respondió desde la cama y sus ojos enrojecidos miraron a Andrés con la
misma expresión de las aves degolladas.
“Palancas” ganó por nocaut a los 25 segundos de comenzado aquel imprevisible
combate y Goyo se tragó, como simples aspirinas, los dos dientes de oro que le
gustaba exhibir con su sonrisa estruendosa.
CARAMELOS CHINATOS
(caramelos de aceite al pimentón con pulpo)
Ingredientes
(6 caramelos):
½ c.c Pimentón de La Vera “La Chinata”
1 Ajo.
12 grs Maltodextrina.
12 grs Pulpo cocido.
Sal (opcional).
6 láminas de Obulato.
Elaboración:
Picamos muy, muy menudito el pulpo y lo reservamos.
Pelamos el ajo, le retiramos el germen y lo laminamos.
Ponemos en una sartén el aceite (en
frío) y el ajo y dejamos que se vayan friendo lentamente hasta que las láminas
de ajo estén doradas, de esta forma
conseguiremos unos crujientes
chips de ajo.
Retiramos del
aceite el ajo y reservamos. En el mismo aceite, caliente pero fuera del fuego
echamos el pimentón para que se cocine pero que no se requeme (para evitar que
el pimentón amargue). En este aceite de pimentón todavía caliente echamos el
pulpo, para que tome sabor. Cuando se enfríe
el aceite totalmente, retiramos el pulpo
lo escurrimos bien y reservamos.
Colamos el aceite de pimentón, debemos obtener 22 grs a los
que añadimos el pulpo y un poquito de sal (opcional) e incorporamos poco a poca
la Maltodextrina, removiendo bien para que se vaya solidificando nuestro
caramelo.
Colocamos un poquito de la masa encima del obulato y lo
enrollamos para hacer nuestros caramelos, que decoraremos con un chip de ajo.
Los ingredientes:
El Obulato es una lámina
transparente y ultrafina elaborada con almidón de patata, soja y aceite de
girasol. Es como “el plástico” que envuelve las capsulas de los medicamentos,
pero muchísimo más fino. Se deshace en contacto con líquido, por eso se deshace
en la boca. No tiene sabor.
La Maltodextrina es de origen
natural, concretamente se obtiene del almidón del maíz, del de la patata y del
de la tapioca. Se utiliza entre otras aplicaciones, como espesante para
estabilizar alimentos con muchas grasas.
El pulpo aparece aquí como un
guiño a la cocina gallega y porque es un alimento que se deja querer por el
sabor ahumado del pimentón y la suavidad del aceite de oliva virgen.
El ajo y el pimentón son dos
ingredientes básicos en la cocina de cualquier rincón de nuestro país.